Entra en el vagón un hombre ciego de unos 60 años. Sin problema alguno cruza el espacio hasta la puerta del lado contrario y allí se apoya. Tras unos segundos, un joven le ofrece su asiento, el cual rechaza. Dos estaciones mas tarde, una mujer sentada le agarra por el brazo y le intenta ofrecer el suyo. El hombre también lo rechaza. Ser ciego no implica estar cansado ni tener falta de criterio.
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